sábado, 13 de marzo de 2010

El Progreso en la Ciudad Viva


Muchas veces he imaginado ciudades en el bosque... No, más concretamente, ciudades hechas de bosque. En esas ciudades no hay parques, no son necesarios, la ciudad misma es un parque. La gente no queda en verse a la entrada de un McNada, sino en "el viejo Roble" o en "la roca de -nombre de algún personaje legendario- ". No hay polución, ni hay ruido excesivo (sólo el necesario para sentirse acompañado), ni tampoco edificios grises y de horrenda rectitud. Todo es orgánico, todo forma parte de algo, todo está vivo en la Ciudad Viva.

Ciudad o monte. Monte o ciudad. Deduzco muy lógicamente que debo estar como una cabra, porque dicen que la cabra tira al monte. Pero reconozco que me gustan las oportunidades urbanas, y también esa centralización que reúne en un espacio reducido una gran cantidad de mundos posibles al alcance de uno.

A día de hoy es imposible encontrar esa unión, lo más cerca que conozco de esa posibilidad son las ecoaldeas, o el regreso a la vida rural en pueblos remotos. Pero ¿es posible en un futuro? No es una idea absurda, al contrario, creo que necesaria. De hecho, creo que ya impera tanto esa necesidad que, aunque seguimos con viejos esquemas, la mirada se vuelve de nuevo hacia "lo natural" en un intento casi desesperado. Esto ya hace mucho que sucede, pero, ¡¿por qué no avanzamos más rápido!? La respuesta debe ser la misma de siempre, así que no la diré...

El árbol es madera, pero madera viva, madera que crece y que da frutos, que después podemos comer. Nuestros muebles son de madera, y algunas casas también, muy finos y relucientes, pero muertos al fin y al cabo. Me imagino cómo debería ser levantarse por la mañana y comerse una manzana recogida de la mesa del comedor. ¡Mhhhh...!

Hay un largo trecho entre la fantasía y la realidad, pero no es insalvable. Tenemos tecnología y conocimiento suficiente para empezar ese proceso, y la estamos gastando en falsas e inútiles necesidades, que lo único que producen son cosas muertas y estériles que se acumulan en los vertederos. Al final nuestro medio ambiente será eso, un gran vertedero. No es que no haya vida en los vertederos, las bacterias adoran la putrefacción, y las cucarachas y las ratas, y algunas gaviotas, etc. Podemos legar nuestro mundo a esos animalitos, ¿por qué no? Tienen el mismo derecho que nosotros.

Casas-planta. Me encanta imaginar casas-planta. Su energía proviene del agua y del sol y del aire. Los desechos que produce son transformados en más energía, tanto para sí misma como para las casas y los habitantes de su alrededor. Además son tan bellas, tan orgánicas, tan sensuales con esas curvas, que una ciudad de casas-planta sólo puede producir placer a la vista. Y no sólo casas-planta, sino también hogares-planta, que son lo mismo, pero incluyendo a sus moradores y sus actividades y productos en ese sistema vivo.

Leído esto, a nadie le extrañará que en mi deambular imaginario haya pensado en dedicarme a la arquitectura, o la biotecnología, o la bioarquitectura, o la literatura. Lo malo de la última es que lo único que puedes palpar/oler/saborear es papel y tinta zombies (muertas y vivas a la vez), y con internet ya ni eso.


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