viernes, 31 de octubre de 2008

La ligaterna




De les entranyes ardents del foc
sortí esparverada la salamandra,
però no en pogué fugir, car
fou aquest més hàbil i d'un cop li mossegà la cua.
La minvada salamandra, que era
d'argent viu i tot ho convertia,
transformà la llum calcinant del forn
en fluïda lluïssor de vida.

Aigua fresca, aigua clara; salut assegurada.


Creo que sí tengo un ídolo, y se llama Antoni Gaudí. Sólo hay que mirar, sentir e interpretar su obra para darse cuenta, no sólo de que era un genio, sino que además tenía mucho que decir. Y es algo que no entiende de razón. Es símbolo, es magia, es un universo distinto al que estamos acostumbrados, y el señor alquimista fue inteligente construyendo su legado en piedra. Su piedra filosofal, que será su vida eterna.

sábado, 25 de octubre de 2008

Partida y regreso




Una vez, hace tiempo, decidí lanzar todas las fotografías a la hoguera. Arrojé todo vestigio de mis recuerdos a los leones del olvido, que los devoraron aprisa, sin remordimiento, sin compasión. Destruí mis libros de poemas y mis historias de mundos fantásticos, aplastándolos como se aplasta a un insecto que incordia. Con asco y resentimiento reduje todo mi pasado a polvo y cenizas. Y lo peor de todo: olvidé a mis libélulas. Aquellas con las que noche y día emprendía el vuelo, bajo la luna, las nubes y las estrellas. Abrí su cuadra y las ahuyenté con un grito de desesperanza, y volaron en todas direcciones hasta perderse en los bosques esqueléticos de aquél gélido invierno.

Caminé, desde entonces, al paso de los caracoles. Me arrastré de un lado a otro acumulando a mi espalda el polvo asfixiante de los estériles caminos, vagando con torpe y babosa lentitud en una dirección incierta que me era indiferente, lamentándome del terrible desatino que era mi existencia. Fui un fantasma entre los hombres y me acostumbré a la soledad que me otorgaba la viscosa transparencia de mi carne. Me recluí a todas horas en el caparazón, que se agrandaba y se hacía fuerte con el tiempo, y si viajaba, lo hacía solamente en una espiral que era cada vez más y más oscura, más y más estrecha, que sólo conducía hacia mí mismo. Ésa fue precisamente la ventaja, la única. Lo que ocurría fuera era atroz y descabellado, sin sentido, estúpidamente inútil. Pero dentro, aprendí a controlarlo todo. Y ese descubrimiento fue maravilloso.




Han cesado los golpes.
Huele a tierra húmeda.
Ya no hace tanto frío.
Oigo un aleteo allí fuera...
¿A ver?


...sí, lo que esperaba.
Las libélulas han regresado. Otra vez.